En Caleta Camarones, Nicol Castro, presidenta de la junta de vecinos, comparte con voz firme pero cargada de preocupación, la situación dramática para sus necesidades más básicas. “El desabastecimiento de alimentos y agua nos ha golpeado duro, pero estamos trabajando junto al municipio para paliar los efectos”, señaló.
“En un momento crítico, un adulto mayor dependiente de insulina estuvo tres días sin recibir el medicamento”, contó.
Castro relata cómo las gestiones con los servicios de salud regional y el municipio lograron, finalmente, el envío de la insulina, pero la angustia que vivieron no se borra fácilmente. “Dios nos ayudó. El hospital envió la insulina junto a una mercadería para las familias aisladas: pañales, leche, alimentos básicos como avena y harina, que eran esenciales para los niños”. Pero aún persisten muchas preocupaciones en la pequeña caleta.
Continúa desvelando la incertidumbre que sufren los habitantes, que ha obligado a algunos vecinos a cocinar con leña, poniendo en riesgo sus hogares. “Una vecina cocinaba en el patio, que es pequeño. Todos tenemos miedo de un incendio”, confiesa Nicol, reflejando un temor constante que crece con cada día que pasa sin una solución definitiva.
El aislamiento también ha afectado el acceso de los niños a la educación, como un duro golpe a la comunidad, contó. “Decidimos no mandar a los niños al colegio por seguridad, porque ha pasado que quedan al otro lado del corte y no pueden volver. Hay cinco niños que dependen de esos viajes”, agregó afligida por la preocupación de las madres de su comunidad.
Nicol detalló cómo se busca una solución definitiva para garantizar el acceso a comida adecuada a través del colegio de Cuya y las clases, según las gestiones que realiza el municipio.
Con 10 adultos mayores, 3 lactantes y 4 niños dependiendo del apoyo de la comunidad y del municipio, la situación es preocupante en Caleta Camarones.